Mi primer viaje fuera de España fue a París. Tenía once años y estaba tan preocupada por el miedo que me daba el avión que no fui capaz ni de pensar que iba a cumplir el sueño de todo niño: visitar Disneyland. Aunque, para ser sincera, a mí lo que realmente me apetecía era ver la Mona Lisa. Así de rara era yo ya con once años. Cuando pisé el suelo de París y me monté en un taxi que nos llevó por los puentes más bellos que había visto yo en mi corta vida, decidí que viajar iba a ser una de mis grandes aficiones. Y las aficiones hay que cuidarlas. Hay que regarlas como si fueran una planta, que necesita agua y luz para crecer sana y fuerte. Ese fue el desencadenante. Ese momento fue el culpable de que yo ahora haya visitado ya nueve países, en diez...
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