Me gusta Celso Castro porque escribe pequeño, en minúscula, sobre asuntos tan grandes como el amor, que es una búsqueda, es pregunta y es respuesta, o lo contrario al amor, que a veces no sé muy bien si es el odio o el desamor, o un estado intermedio, o ninguna de las dos cosas. Lo contrario al amor es perderse. Al otro y a uno mismo. Pero también es el dolor, como ese cuchillo de obsidiana del que habla Sylvia. Un dolor pequeño y localizado, como sus textos, que se siente tan infinito que a veces lo ocupa todo. El problema del protagonista de su última novela publicada por Destino es que, en su caso, el dolor, la tristeza, es algo que parece crónico. Marcado por una experiencia traumática en su infancia –en esto presenta similitudes con su obra anterior, Entre culebras y extraños–, y un afecto maternal casi tan intenso como...
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