Cerrar un libro que a uno le ha gustado es un gesto que suele estar asociado a ciertas emociones, tantas como libros y lectores, y este Los senderos del mar no es diferente pero hay una que no es frecuente y que yo he sentido con no poca intensidad: la envidia. Sana, naturalmente. Aunque gracias al texto uno acompaña a la autora en su caminar por la costa y a que leer es la verdadera realidad aumentada, pese a que María Belmonte presta a todos los lectores sus ojos descubridores dignos de todo elogio, a uno realmente le encantaría estar en sus zapatos y caminar su ruta, disfrutar de sus paisajes y vivir sus mismas experiencias. El libro consigue lo más difícil, que es vivir la experiencia en la piel de la autora, pero la consecuencia lógica es la necesidad de vivirla en la propia. Diría que es rigurosamente...
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