Venga, voy a admitirlo: La chica de Kyushu, como casi todos los libros de Asteroide, lucía magnífico en mi Instagram. No le hacían falta ni filtros, con esa portada en rojo y los kanjis asomando debajo del título. Además, quedaba genial decir “es una novela negra japonesa de los años sesenta” cuando alguien aparecía por casa y lo veía sobre alguna mesa, apenas empezado. A su autor lo comparan con Simenon, repetía yo, después de haberlo aprendido en la reseña de El expreso de Tokio que había escrito Diego Palacios en su momento. Y sin embargo tengo que reconocer que todo era pose. Había comenzado el libro pero no me entusiasmaba, y empezaba a mirar con recelo las doscientas páginas que quedaban. El planteamiento inicial es un clásico del género negro, equivalente a la entrada de la rubia despampanante en el despacho del investigador privado. En este caso la joven...
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