El relato no es un arte menor, aunque su corta extensión le haga pensar eso a más de uno. Muchos grandes novelistas no saben manejarse en historias cortas, igual que no todos los relatistas son capaces de escribir una novela. En el relato no hay tiempo de cometer errores o entretenerse en digresiones; cada personaje, acción o elemento cumplen un papel imprescindible. Nada debe estar de más y nada debe echarse de menos, y esa capacidad de contención y concreción es difícil de dominar. Por eso tenía ganas de leer Cuando llega la penumbra, de Jaume Cabré. Como disfruté muchísimo de Yo confieso, su novelón de mil páginas, quería ver si conseguía impactarme tanto en relatos de menos de cuarenta. Ya sabía que Jaume Cabré tiene un magnífico dominio de la lengua, y en Cuando llega la penumbra ha vuelto a demostrármelo. Hace igualmente creíble el monólogo de un ladrón...
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